El 2020 que se nos va fue un año único, pasará a la historia cómo un evento que en el futuro se seguirá recordando y estudiando, incluso por los hijos de nuestros nietos. Por primera vez la humanidad se vio expuesta a un fenómeno global que, de forma simultánea, mostraba la fragilidad de nuestra especie. La pandemia de alcance global provocada por el COVID-19 nos mostró lo vulnerable que podemos ser y la importancia de cuidarnos entre todos. En este contexto, este año tuvo cosas negativas y otras que nos pueden dar más esperanza.
Permítanme una breve digresión, una advertencia para tener presente. La pandemia es un fenómeno que velozmente se llevó la vida de cientos de miles de personas y pone en peligro la vida de muchos más, pero no es el único fenómeno que nos amenaza. Sin lugar a duda, el desafío más grave que enfrentamos como especie es el calentamiento global. Hoy puede parecer menos visible, pero sin duda es mucho más letal pues arriesga nuestra subsistencia como especie.
Volviendo a poner el foco en el acontecido 2020, traslapada con el estallido social la pandemia vino a evidenciar lo que ya sabíamos; Chile no es el oasis que pretendía vender internacionalmente el Presidente de la República. No es bueno tratar de engañarnos con espejismos. Chile es un país que ha avanzado durante las últimas décadas, eso es evidente, pero sin duda tenemos problemas estructurales que, como sociedad, debemos transformar de manera urgente. El principal de ellos es la desigualdad social. Somos un país profundamente desigual y no sólo respecto del ingreso, lo somos también en el acceso a la salud, a la educación, al empleo, la justicia, la forma en que se distribuye el poder en los territorios, por nombrar solo algunos aspectos que marcan nuestra problemática.
Junto con la desigualdad, un segundo tema muy complejo que nos deja este año es la falta de capacidad del Estado para responder a las crisis. Si ya se había hecho evidente a fines de 2019, este 2020 demostró que la negligencia del Gobierno es una constante. En la práctica, la crisis provocada por la pandemia la están pagando principalmente los ciudadanos con sus cotizaciones previsionales, un costo que, para comenzar, dejará a más de 4 millones de personas sin fondos en sus pensiones.
Tenemos un Estado con las finanzas medianamente ordenadas y con capacidad de endeudarse, y contando con ello, la crisis no la pueden seguir pagando las y los trabajadores.
La pandemia nos mostró que no basta con una salud privada con estándares europeos para muy pocos y una salud pública con graves carencias para la mayoría de la población. Necesitamos un sistema de salud base para todos, que garantice ciertos mínimos. Por ejemplo, no puede ser que las 11 comunas que componen las provincias de Linares y Cauquenes tengan un acceso tan limitado a la salud, que para cosas más complejas –y otras más bien básicas— dependamos de lo que pueda ofrecer Talca, otras regiones o incluso tener que desplazarse hasta Santiago. Una salud digna para los pacientes y para todos los funcionarios del sector salud es un derecho que debemos garantizar.
Con todo lo negativo que vivimos mucho más cerca de lo que quisiéramos, éste también fue un año con cosas para rescatar. La pandemia fue un golpe duro, un golpe que nos terminó de despertar y desnudó la fragilidad que no queríamos asumir. Volvimos a valorar cosas simples como compartir con la familia, disfrutar del aire libre y poder desplazarnos libremente. Esta debe ser una oportunidad para repensar qué tipo de sociedad queremos construir, qué es lo realmente importante en nuestras vidas y cuáles deben ser los mínimos que necesitamos garantizar para que todas las personas en nuestro país puedan tener una vida digna.
Junto con pensar esa sociedad, también se abrió, mediante herramientas democráticas, la oportunidad de construir ese país que soñamos. Tuvimos la oportunidad de decidir por una mayoría abrumadora que aprobábamos redactar una Nueva Constitución, escrita a través de una convención electa, paritaria y considerando a nuestros pueblos originarios. También pudimos escoger a través del voto a varios de nuestros próximos candidatos a gobernadores regionales y alcaldes (en materia de primarias todavía nos falta, pero sin duda fueron un avance).
Como hemos visto, este año lidiamos con sentimientos encontrados. La angustia fue una compañera frecuente, la incertidumbre de no saber qué iba a pasar, la impotencia y la rabia de no poder hacer mucho más. Pero también se mezcló con la oportunidad de volver a valorar lo simple, el día a día, lo cotidiano y la familia.
También nos entregó esperanza. Esperanza que, cuando las cosas se pusieron difíciles, sacó a relucir lo mejor de nosotros, la solidaridad de los territorios, las ollas comunes y la buena vecindad. La esperanza de que la democracia funciona mejor cuando abrimos los espacios, garantizamos participación y ejercemos nuestra ciudadanía a través del voto.
El 2020 será un año que nuestra generación nunca olvidará, nos deja muchas enseñanzas que debemos aprender e implementar, de cara a un 2021 lleno de oportunidades.